Pareciera que José Álvaro Osorio Balvin fue tocado el día de su nacimiento, hace 31 años, por el hada madrina de la música y le dio esa fórmula que tantos quisieran tener: es un hacedor de éxitos. Es el rostro del fenómeno llamado J Balvin. Un fenómeno que se mide en millones: 10.3 en Instagram, 18 en Facebook, 3.66 en Twitter y (redoble de tambores, por favor) 2 billones de views en YouTube.
Es cierto que no se llega así fácilmente pero también es cierto que basta con convivir con él un rato para entender por qué fue él quien llegó así a la cima. Lejos de ser la estrella inalcanzable con un séquito a su alrededor, es un hombre de trato amable y sencillo si no tranquilo. Un poco tímido, incluso. ¿Quién iba a decir que ese hombre sexy que hace enloquecer a tantas mujeres podría sonrojarse con un piropo?
No tiene inconveniente en saludar una por una a todas las personas que se le aparecen enfrente (que son muchas, ¡mu-chas!), atiende a sus fans con cariño, se toma las fotos que sean necesarias, graba saludos, da la mano, abraza, besa, posa para la foto una vez más… Tiene claro por qué está en los cuernos de la luna y se esmera en conservar a quienes lo han llevado hasta ahí: sus fans, su otra familia, como los llama él. Confesó que no le gusta dimensionarlo ni pensar en todas esas personas que lo ven a través de las redes, porque podría resultarle abrumador.
Si ustedes, queridos, culpables, dudan del alcance de su talento, los reto a que abran YouTube, pongan un tema suyo e intenten contabilizar las veces que repiten las estrofas en su cabeza. Música indeleble, a ritmo de “reggaetón” colombiano, con el indiscutible sello de J Balvin. Pero por favor, llámenlo José.